Algunas de las cuestiones con las
que se encuentran muchos padres y madres a la hora de educar a sus hijos es
cómo conseguir que sean autónomos y que no “dependan” tanto de ellos.
Muchos manuales nos informan de
cuándo los niños deben empezar a ser autónomos, y qué se debe hacer para ello, no
obstante, la autonomía, igual que otras muchas facultades, se va forjando desde
el nacimiento y en todo el proceso de cremiento del niño.
Reflexionar sobre lo que
significa el término “autonomía” nos ayudará a comprender lo que ella implica,
y esta comprensión a la vez, nos ayudará a actuar de la forma más adecuada.
Según las deficiones encontradas en
los diferentes diccionarios, la autonomía sería “aquella facultad para poder obrar según el propio criterio, con
independencia de la opinión o el deseo de otros”.
En todas las definiciones que he encontrado
se relaciona la autonomía con la independencia, y es aquí donde quiero
detenerme un momento para hacer unas reflexiones. La indepencia sería “la falta
de dependencia”. Pero el término “depender/dependencia” tiene varias
acepciones:
1-· Estar conexo o condicionado
por algo para existir o tener lugar.
2-· Necesitar de la ayuda y
protección de otra persona o de otra cosa.
3-· Estar subordinado a algo o
alguien
Siguiendo la acepción 1, está
claro que no podemos ser independientes, ya que estamos condicionados por otros
para poder existir o tener lugar.
Aunque nos cueste aceptar, la
acepción 2 también sería dificil de negar, ya que ¿quién no necesita ayuda o
protección, aunque sea en algún momento?. Esa búsqueda de protección puede que
no la realicemos conscientemente, o no vaya dirigida directamente hacia una
persona, pero buscamos protección continuamente, sino por ejemplo, ¿por qué las
compañías de ‘seguros’ tienen tanto poder?
Quizás es la acepción 3 la más
popular y la que causa más controversia y más rechazo, ya que estar en un orden
por debajo de otro no es de agrado para nuestro ego.
Ante esta amenaza de estar por
debajo de otro, se tiende a reaccionar con el impulso de la soledad para poder
reafirmar así nuestra valía personal y dejar contento a nuestro ego. En esta
soledad intentamos no caer en las otras 2 acepciones antes nombradas (y que
también hacen daño a nuestro ego), buscando una “libertad” que es imposible. No
pedir ayuda o protección se convierten en ‘valores’ que reafirman esta libertad
e individualidad, convirtiéndose en símbolos de ‘fortaleza’ personal, y una
necesidad pasará a ser una ‘debilidad’, como dice la canción.
Sin pretender hacer referencia al
panorama político actual (aunque nos recuerde un poco), ya que mi enfoque lo
realizo a nivel individual y personal, entender el concepto “dependencia” bajo las
3 acepciones a la vez puede crear conflictos, poco entendimiento y sobretodo
mucha frustración, ya que, como he comentado anteriormente, hay dos puntos en
los que nos topamos con una imposibilidad propia del ser humano (acepción 1 y
2). Si esta imposibilidad no se acepta, se transforma en sentimiento de
impotencia, y como sabemos, la impotencia genera frustación.
Por lo tanto, volviendo a la
definición de autonomía: “aquella facultad para poder obrar según el propio
criterio, con independencia de la
opinión o el deseo de otros”, yo soy partidaria de entender esta independencia
como una subordinación, tomando sólo la acepción 3, y no todas las demás. Bajo
esta acepción se podría entender que es autónomo aquél que puede obrar según el
propio criterio y que no toma como más importante el deseo u opinión de otros,
(y no que no necesite ayuda y protección).
¿Dónde quiero llegar con todo
esto?
Confundir autonomía con soledad
es un error.
Mi experiencia en el trabajo con
niños y con sus padres-madres-cuidadores, me ha hecho reflexionar sobre estas
cuestiones, ya que no paro de ver cómo estos cuidadores (no todos) intentan que
sus hijos ‘aprendan’ a ser autónomos, y, con el mejor de sus deseos, para que
lo consigan, les dejan solos.
Para que nuestros pequeños puedan
obrar según su propio criterio, primero deben tener un criterio, y luego, para
poder defenderlo ante los demás, debe creer en sí mismo como alguien importante
y válido.
El niño necesita a alguien que le
ayude a pensar sobre el mundo, a comprenderlo, a hacerse preguntas. Alguien que
esté con él en las dificultades, dejándole que busque maneras diferentes de
enfrentarse a ellas, aunque se equivoque, y no solucionándoselas todo el
tiempo. Es fundamental que sus opiniones se tengan en cuenta, que se alabe el
esfuerzo, y no confundir lo que él hace con lo que él es (si hace algo mal no
quiere decir que ‘sea malo’). El niño necesita a alguien que le proteja cuando
se equivoca, y que le de seguridad para seguir hacia delante, para seguir
intentándolo. Alguien que le ofrezca pautas, ejemplos… y que confíe en él (no
sobreprotegiéndole). Que le haga sentir importante y útil (dejándole participar
en las diferentes tareas cotidianas, por ejemplo), y que le dé un lugar, en la
familia y en el mundo.
Resumiendo, es fundamental acompañarle
en su autonomía y no dejarle en esa soledad en la que se siente perdido e
incapaz.
Para finalizar, y permitiéndome
jugar con las acepciones del término ‘depender’: ayudar y proteger se convierte
en necesario para poder existir, tener un lugar, y conseguir ser autónomo.